jueves, 16 de julio de 2009

El horizonte cuenta
sus viejos automóviles nocturnos,
cuerpos hundiéndose en la tarde estéril.

En otro tiempo era la luz asfixia,
un animal sin aire entre los nudos
de nuevas autopistas.

Y la ciudad creció
conmigo, al tiempo que el acento extraño
aparecía por los barrios sucios.

Aves zancudas masticando estrellas,
las gruas levantaron sueño y ruina.
Yo comprendí que los hogares no perduran.

Las calles nuevas, extendidas
igual que un brazo entre las sábanas desconocidas,
borraron el dorado de las hierbas secas

a cambio de un estrecho parque incómodo en la noche
y bares nuevos donde sucumbir
al peso propio, vuelta a las paredes.

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