El horizonte cuenta
sus viejos automóviles nocturnos,
cuerpos hundiéndose en la tarde estéril.
En otro tiempo era la luz asfixia,
un animal sin aire entre los nudos
de nuevas autopistas.
Y la ciudad creció
conmigo, al tiempo que el acento extraño
aparecía por los barrios sucios.
Aves zancudas masticando estrellas,
las gruas levantaron sueño y ruina.
Yo comprendí que los hogares no perduran.
Las calles nuevas, extendidas
igual que un brazo entre las sábanas desconocidas,
borraron el dorado de las hierbas secas
a cambio de un estrecho parque incómodo en la noche
y bares nuevos donde sucumbir
al peso propio, vuelta a las paredes.
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jueves, 16 de julio de 2009
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