jueves, 27 de agosto de 2009

Te mataré, lo juro.

Después de roto, arrastraré el carmín,
tan sucio,
por los tugurios más sombrios, donde
las sombras tiemblan como las cerillas
queriéndose apagar
del asco y la vergüenza.

Y te traeré hasta el día
para que el sol seque mis lágrmias torcidas,
te arrancaré collares y pulseras,
y dejaré en el anular derecho
una alianza
de cobre verde con el nombre de tu muerte.
Ningún hombre ha de acercarse así.

Te escupiré frente a tus padres y a tus hijos,
te arrancaré la ropa, trasquilaré tu cráneo.

Pero aún así vendrás desde el olvido,
hermosa y refulgente,
correcto el labio, lúbricos los bucles, todo honor,
dignísima e intacta,
y pintarás tu nombre, pequeño como el mundo
sobre los altos muros
que encierran a los hombres,
esos muros que son espina,
que son herida: la memoria.

Tan sólo te he tenido a tí.

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